Schmidt II

«La Enciclopedie Medical»

Monsieur…, nos decìa el francés vendedor de libros. «Vegá usted seigneur esta Enciclopedie le segá de gran utilidad» «estagá siempge al día» y nos esperaba todos los días a la salida de reuniones y clases. Su imágen era inconfundible y habitual en los pasillos donde hubiera algún estudiante de medicina. Nos hablaba, casi como suplicando nuestra atención.

Insistía una y otra vez hasta comenzar a convencernos de su utilidad. Mostraba ejemplares y hacía las demostraciones del armado de esa colección «mastodonte»  Eran catorce ejemplares incluyendo las especialidades.

Libro aquél que estaba compuesto por hojas blancas, verdes y rosadas, estas últimas correspondían a actualizaciones. Se armaban todas en una especie de gaveta de resorte en el lomo de cada unidad para armar y desarmar e incluir las hojas nuevas que aparecerían en el futuro. Las hojas blancas era lo ya inamovible de la información. Las hojas rosadas eran las actualizaciones que se estaban incorporando recién al conocimiento y deberían ser revisadas antes de aceptar el avance en esa área. Las verdes estaban ya aprobadas por el comité de «puesta al día» y próximamente estarían en las hojas blancas, que se cambiaban cada cierto período para dar información definitiva. Todo esto se armaba en unas tapas con gancho para ajustar las hojas y se apretaban con este resorte de tapas duras de color verde (letras doradas por supuesto) quedando como un libro indistinguible de  aquellos hechos en imprenta.

De gran tamaño los catorce tomos de la «PRAXIS MEDICAL» ocupaban un anaquel completo de cualquier biblioteca respetable de aquella época.

Nunca me imaginé que junto con otros ejemplares menos técnicos que éste, tales como «La ciudadela» , » a corazón abierto» experiencias de un cirujano Alemán en la guerra y otros libros de fantasía me serían de tanta utilidad en mi vida de médico general. Los recientemente mencionados eran leídos con «romanticismo» pues hablaban de experiencias noveladas de la actividad médica; la «PRAXIS» sin embargo era absolutamente científica y lo máximo para un médico general de la época.

Viene a cuento todo esto y con los detalles, pues fué fundamental esta información en la recuperación de mi amigo Schmidt y de muchos casos resueltos por una consulta oportuna a sus páginas.

Ingresa al Hospital «de Alerce» de Frutillar, con ese color entre amarillo y verde nilo… de pintura descascarada, en el área de pensionado,… para continuar la larga espera del deceso que se había postergado más allá de lo previsto….;  mirando con incredulidad ese rostro enflaquecido que con respiración gutural y entrecortada, con pausas que parecían definitivas, continuaba en ese coma final…, aferrándose porfiadamente al hilo de vida restante…..

Recordé que en un dormitorio de ese mismo pensionado tenía embalada y sin uso este «mamotreto» de la información (Praxis Medical»).

Sin mucho ánimo, después de haberle hecho una denudación venosa en el pié, era más fácil ubicar en esa zona una vena en un paciente en colapso, no existían los implementos actuales de punción vascular, se introducía rápidamente un suero para recuperar la hidratación, una vez hecho esto fuí a revisar mi litaratura aún no inaugurada.

En el capítulo de enfermedades del Hígado se hablaba del uso de los Corticosteroides (hormonas suprarenales cuyo uso y utilidad recién se estaban investigando) en el coma hepático y el manejo actualizado para la época…, hablaba sobre el efecto del amonio en estos casos y cómo neutralizar su acción cerebral etc…, además de la influencia del metabolismo de la progesterona y otras hormonas en estas situaciones.

Con esta inspiración se prepara un «Cóktel» entre inyectables y sueros, los que junto con una hidratación ya más planificada se comenzaron a  introducir por esa «vía venosa de vida», en ese cuerpo exhausto, pausada y progresivamente hasta alcanzar las dosis sugeridas en las «hojas rosadas»….

Pasan los días sin cambios, uno tras otro en esa larga esperanza, la misma respiración y los mismos tratamientos, reaparece progresivamente esa barriga prominente, pero cambian los colores y la turgencia del rostro.

Los familiares ya algo cansados veían esto como un esfuerzo inútil y desgastante que aumentaba su dolor y producía discusiones «en alemán» para mí inentendibles, las que oía a mi paso; algo avergonzado por prolongar esta situación embarazosa en la que me jugaba no sólo algo económico, si no el prestigio de quien que con su inexperiencia trataba de ser fiel a sus principios, sin otro auxilio que el conocimiento escrito en esas hojas de «papel biblia» de un color especial.

Como a los diez interminables días de su «ingreso», una mañana siento gritos y ruidos intensos que provenían de la habitación donde estaba «el gringo». En ese entonces pernoctaba en el pensionado para controlar a los pacientes de mayor cuidado.

Me levanto y encuentro a nuestro amigo despierto, absolutamente desorientado y sorprendido, reclamando por no saber dónde estaba, el rostro desencajado por la angustia, ya sin familiares alrededor ya que habían sucumbido a la rutina, perdiéndose ese instante de emoción imborrable que uno como médico lo experimenta pocas veces con esa intensidad.

Sin encontrar rostros conocidos, miraba hacia todos lados sin recibir respuesta, yo en mi emoción encubierta trato de explicarle, lo que parecía para él un concierto de errores inentendibles, esa no era su pieza ni su hogar…, se había retirado los sueros que lo mantuvieron vivo esos días, sangraba por las zonas de denudación y agitaba brazos y piernas para liberarse de tantas «ataduras».

No sé cómo entendió con cierta rapidez, pronto el caos se transformó en lágrimas, no sé si de dolor, alegría o arrepentimiento de algo y vino progresivamente la paz…,  hasta calmarlo sin necesidad de sedantes, aparece una mirada profunda que en un instante comprende la magnitud de lo ocurrido. «San Pedro tiene barba?», le pregunto en forma estúpida… y el sonríe por primera vez… creo que tan complacido como yo….

Lugar del paseo…, en ese entonces no estaba el signo musical….

Por primera vez me cuenta algo de su historia.

En su recuperación de los días subsiguientes, a medida que nos íbamos conociendo, promete cuidarse y me dice: «usted verá que mi promesa es cierta y podrá verme cumpliéndola todos los días»»,  frase que en su despedida cobró la verdadera dimensión…, se fué casi como llegó, un día quise ir a verlo y ya no estaba, habìa sido dado de alta y lo vinieron a buscar un día cualquiera, sin aviso.

Nunca después logré ver el rostro de quien algunas semanas antes me pedía un «certificado anticipado»…

Sin embargo desde esa fecha, durante todos los días, J. Schmidt se paseaba por la orilla del lago, como agente improvisado de «marketing», usando su abdomen prominente como pancarta, a cualquier hora, mañana o tarde, lloviera hubiera sol o tempestad…. todos los dìas……

Recuerdo que había una hernia umbilical en ese abdomen que insinuaba un futuro peligro … a punto de estallar y que es motivo un capìtulo nuevo….

Desde ese entonces admiro a mis pacientes de ese origen, pues cumplen a cabalidad con las indicaciones cuando las comprenden y a veces con tesón y esfuerzo superan complicaciones que en otros enfermos quedan como secuelas permanentes.

Mi amigo Schmidt ….