Schmidt I
Malhumorado y soñoliento, emprendemos el camino, yo silencioso y molesto, me sentìa utilizado por las circunstancias. Era un instrumento de comodidad de quien habìa dado mi nombre como «sustituto» para otorgar un «certificado» de oportunidad.
Apenas escuchaba la historia que me contaba ese hijo, màs angustiado por el trámite que por la esperanza de algúna mejorìa del padre. Hablaba casi sin parar, como quien trataba de dar explicaciones del porqué de su petición y manifestaba lo absurdo de mi posición, era sólo un trámite y me podìa evitar esa molestia de ir.
El padre padecía de Cirrosis y se sometía intermitentemente a «paracentesis» (punciones y aspiraciòn de líquido abdominal propio de esta enfermedad del hígado) para poder respirar.
Esta vez había llegado en «coma» después de la última punción y frente a esta situación irreversible, había dado el consejo en discusión, por supuesto frente al deceso.
Yo callado… escuchaba, el Papá era muy porfiado y se mantenía en su ingesta permanente de esa «chicha de manzana», que a pesar de los «gustosos recuerdos», debo reconocer que es bastante tóxica si no se acompaña de una alimentación adecuada. «Queremos que deje de sufrir», desde hacía 3 meses que debía acudir en forma semanal a las punciones a fin de respirar con menos dificultad.
Más ridículo me sentía mientras la camioneta avanzaba por ese camino de tierra y piedras tan irregular, que la cintura me dolía con los «barquinazos» de las curvas y subidas. «Ridìculo, tonto…» me repetía, «voy a visitar un muerto»…, la antítesis, para lo que no estaba preparado…
Entre badenes y lomos llegamos a la hora de viaje a una casa bastante acomodada, en cuyo dormitorio del fondo de primer piso, entre murmullos, semi-llantos y rosarios monótonos, yacía con la respiración intermitente del coma hepático, con ese olor característico en la respiración y ambiente, desnutrido, enflaquecido en las extremidades, era todo abdomen. Sin reacciones.. era un coma profundo.
Me doy vuelta y me siento anonadado, «ahora qué hago?»…, del otro lado de la sala con la mirada el hijo me dice «ahora… me dá el certificado?»…»es cosa de horas»…., yo le respondo con la mirada «esperaré… (a que muera?…), situación Kafkiana que aún recuerdo.. todos me miran esperanzados para que solucione el dilema…. y me vaya…, …. nortino que no comprende la situación de un lugar aislado, el quiere morir en su casa…, … no importa … espero no sé qué.
De repente, como que despierto, algo me dice que no puedo ser un espectador más y les propongo en un pequeño mitin…, … la esposa no sé porqué me apoya, el resto me mira con desdén por mi ignorancia… o mi ambición?… cuánto querrá cobrar?… Propongo trasladarlo al Hospital y al morir yo les facilito todos los trámites y sin costo….
Las miradas se cruzan, algunas con incredulidad y desconfianza en este mozalbete de 24 años, que ni tiene cara de médico, ni siquiera tiene experiencia para saber cuánto tiempo le queda de vida…, cuál será su negocio?….
No sé cuánto me habré demorado, sin conocer el camino, adaptando una camioneta como pseudo-ambulancia, cubriendo la carrocerìa con unas lonas y transportándolo entre colchones y hamacas tratando de «acomodarlo» en ese plano improvisado.
Ridículo, estúpido, tonto… me repetía….
Amanecía (como en la foto del encabezado), cuando llegamos al Hospital. No podía entender lo sucedido, no tenía conciencia de la responsabilidad que me cabìa en caso de algún accidente, pero ahí estábamos en la situación de hospitalizar este casi cadáver….