Mi amigo Schmidt

En este aparte contaré la experiencia de un amigo muy especial, quien agradecido por su recuperación, se paseaba como Marketing viviente por la orilla del LAGO LLANQUIHUE, hubiera sol, lluvia o tempestad. Lo recordaremos como «Mi amigo Schmidt».

Quién era ese hombre de edad mediana, semicalvo, de abdomen prominente y estatura importante que disimulaba la distensión de la barriga?.

La historia puede parecer autoreferente y propia de un engreído, pero no la contaría si no fuera parte importante de mi aprendizaje como ser humano.

Dormía plácidamente en  ese pequeño pero cálido departamento frente al Lago, cuando despierto por los golpes de pequeños pedruscos y arenisca en mi ventana, acompañados de llamados de mi nombre que más parecían susurros que intentos de despertarme.

Era común que dejáramos conectado el teléfono del Hospital con el de mi hogar, dado que una vuelta de manivela (del magneto) bastaba para despertarme. El número e intensidad de la llamada, indicaba la mayor o menor urgencia que llegaba al nosocomio y como vivía cerca, al poco rato estaba atendiendo al paciente.

Por eso me llamaba la atención ese llamado insistente, me asomo y veo en penumbras la imágen de quien susurraba desde la oscuridad. Abro la puerta y aparece un hombre joven, angustiado y aterido por el frío de ese invierno me contaba en voz baja el motivo de la interrupción:

“No quería molestarlo, pero mi padre está agonizando y su médico de Puerto Varas me indicó que hablara con usted para agilizar los trámites de sepultación con un certificado de defunción, en estos momentos ya debe haber muerto”. “Vivo en Los Bajos y queremos sepultarlo allá sin trámites de última hora”.

Le expliqué de mil modos que aquello no se podía dar sin una certificación mediante una visita inspectiva y ya era muy tarde, serìan 2 horas pasada la medianoche, además llovía en forma intermitente con el viento propio de la estación  invernal.

“Yo le pongo la fecha y la hora” insistía, “además le puedo pagar como si lo hubiera ido a ver”.

Reteniendo el ímpetu rebelde ante tal “simplismo” y medio aplacado por el sueño, sin pensar con claridad, se me escapa:  “Voy a verlo”…